¿Dónde han ido los lápices del Ikea? ¿Hace cuánto que partieron? ¿Tan absortos en nuestra cotidianeidad estábamos que no nos dimos cuenta de que, un día sin avisar, ya se habían marchado? Se fueron como las luces de las autovías, el café matutino a un euro, saludar al conductor del bus, ayudar a cruzar la calle a un viejo o llamar a un señor mayor, viejo; pequeños detalles perdidos de un mundo que se marchita a pasos agigantados.
¿Cómo pretenden los suecos que nos acordemos ahora de sus Billys, sus Tidafors, su gildf o los pblsurj? ¿Cómo evitar marearse por los sinuosos pasillos mientras se lucha con denuedo para que tanto nombre extraño no escape de nuestro cerebro?
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