La chica miró al cielo y preguntó con suspicacia: oiga usted, señora nube, ¿no irá a descargar sobre mis sábanas? Las tendí esta mañana y todavía están algo mojadas.
La nube se tomó su tiempo para contestar, mientras la impaciencia de la joven crecía sin parar. Mas un bramido, al final, surgió del ser gaseoso: "No temas por tu sábanas, chica, pues yo solo estoy de paso. A llover va, sí, pero lejos de estos pagos." Confiada y más tranquila, la joven se fue a andar. Junto a los dorados campos del pueblo, las horas volaron sin cesar mientras el cielo clareaba y las nubes abandonaban aquel idílico lugar.
Pero cuando regresó a casa, ingrata sorpresa, húmeda y acuosa, pues sus queridas sábanas estaban totalmente empapadas.
Así que aquella noche, la joven durmió en el suelo, maldiciendo a las nubes, al agua y al mismísimo cielo.
Moraleja: las nubes no hablan. No toméis drogas antes de salir al campo.
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