Echó a andar con la mirada fija en el horizonte dejando atrás sus esperanzas, sus anhelos, sus sueños de juventud, las certezas que habían guiado su vida, su moral difusa, su ética escasa, su higiene ligeramente deficiente, a su abnegada y fea mujer, a su hijo patizambo al que no tenía mucho aprecio, a su hija resabiada, a un perro con deficiencia mental, un canario que no cantaba, una casa demasiado pequeña que había estirado hasta el límite físico de sus finas paredes de pladur, un barrio habitado por humo y coches, unos vecinos desagradables que cocinaban sardinas con las ventanas abiertas los 365 días del año, la presidencia de la comunidad, dejando a pagar al administrador y la derrama del ascensor, un amigo terraplanista, un amigo gorrón, un amigo que le debía dinero, un amigo que le metía fichas a su mujer, un amigo del Real Albacete F.C., una plétora de gentuza en definitiva, un trabajo alienante, mal pagado, con malos horarios, malas condiciones, en un edificio cochambroso con un único WC para 100 personas, un supervisor imbécil, un jefe aún más imbécil, un dueño de la empresa culmen de la imbecilidad, una ciudad sin alma, un país sin rumbo, un partido político corrupto, una religión sin respuestas ni consuelo, al bar en el que aprendió a beber cazalla con el meñique levantado, a los jubilados que le desplumaban jugando al cinquillo, , los recuerdos de su juventud jugando al teto, que no era como se lo conoce hoy día, un CD en el que grabó 25 veces Avalancha de los Héroes del silencio, la creencia de que los higos chumbos hacen que le crezcan los pechos a las mujeres, una raqueta de tenis que nunca usó para jugar con la que golpeó al amigo que le metía fichas a su mujer en una de las ocasiones en que le metió fichas a su mujer y al que perdonó porque le debía 3000 euros, cuánto le debería el otro para no ser el gorrón, un álbum de fotos con decenas de viajes a Socuéllamos, que tiene más que ver de lo que parece y donde su perro se tiró por un barranco persiguiendo a su sombra, una cámara de fotos con la que retrató a una monja y cuando vio en la foto que esta aparecía con un aura roja decidió aparcar en un cajón, una carpeta del colegio repleta de pegatinas de V y Samantha Fox y el comentario, a todas luces inapropiado de su profesor de 5° de EGB de que no distinguía quién era menos lagarta, un portátil con cuatro versiones de Shrek 2, en la que no aparecía Shrek por ninguna parte, varias facturas de gas que no sabía por qué había recibido dado que no tenía gas, unas Nike Air de Mikael Jordán, una biblioteca con las obras completas de Petete, Risto Mejide, Steinbeck y Torrebruno, las ganas de vivir, de existir, de cotizar, de trabajar, de dormir, de soñar, de copular, de comer, de beber, de correr, de entender... Pero lo que no dejó atras fue todos los CDs de los Pitufos maquineros incluso el especial en el que versionaban los grandes éxitos de Raphael, una camiseta hawaiana con penes que le regalaron en la despedida de soltero de su jefe, una vaja de herramientas a estrenar con la que iba a arreglar todos los desperfectos de su casa y a ganarse un sobresueldo con el que llevar a su pájaro al foniatra, las ganas de leer tonterías en Instagram, el sonido del mar que retumbaba en sus oídos cada vez que veía lLa Sirenita, el sabor del jamón serrano de a 20 euros el kilo que nunca había podido probar, una quiniela con la que había perdido 23000 euros por poner que el Albacete ganaba en casa al Almendralejo, las náuseas que le provocaban subir a la noria con su suegra, el recuerdo de su suegra, muy por detrás de perro mongolo en la lista, su afición a chupar puros habanos sin encender, el secreto de que una vez robó el peluquín de Jesús Puente cuando visitó el plató de Su media naranja con sus padres, una bicicleta que nunca usó porque cuando la compró descubrió que le daban miedo los ciclistas.
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