Salida familiar

No hace mucho de aquel día de principios de septiembre en que el tiempo permitió a mi padre llevarme a pescar. Nunca habíamos hecho nada juntos. El trabajo había ocupado todo su tiempo. Olvidar el dia de mi cumpleaños había roto algo en su interior. Pareció dolerle a él más que a mí, acostumbrado a sus desplantes. No estuvo cuando interpreté a una piedra en la representación de Hamlet, en tercero de la ESO, ni cuando fui sustituido en el minuto dos de la final nacional de Dance fútbol, también noté su ausencia la primera vez que besé a una chica; pero allí estábamos buscando el mejor sitio para recuperar el tiempo perdido.

No tardamos en encontrarlo y tras colocar en el suelo nuestro equipo, me ofreció su caña, con la que había ganado el campeonato de pesca del pueblo del 84 y el corazón de mi madre. La sostuve entre mis manos y lance en anzuelo con gran respeto. Tras unos minutos sin obtener una presa no pude evitar preguntarle:

- Papá, ¿por qué estamos pescando patos?

Me puso una mano en el hombro mientras sonreía condescendiente.

- Porque a los peces es complicado ponerle una arandela - respondió - Hay muchas cosas en la vida que desconoces y mi deber como padre es transmitirte mis conocimientos.

Y así, durante media hora, mientras los gritos de los niños en las atracciones se diluían en los grandes éxitos de Camela, me dio buenos consejos y otros algo desactualizados, como que nunca olvidara de poner los tapones a las botellas antes de tirarlas para que no se pierdan.

Al final, terminó siendo un gran día. Gané una capibara.




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