Alzó la vista hacia las luces del Duque de Lerma. Sería la última antorcha en sofocarse. Se dirigió al puente y se detuvo sobre el Pisuerga, que seguiría su camino imperturbable mucho después de que el polvo volviera al polvo. Se subió a la barandilla y se arrojó al olvido.
Pero cuando tendría que haber sentido el duro impacto contra el agua, despertó entre gritos. Una mala digestión para una mala siesta.
Decidió salir con la bicicleta para despejarse. Al principio recorrió las calles vacías despreocupado pero ante la ausencia continua de transeúntes decidió llamar a familiares y amigos, mas no tuvo éxito. Un escalofrío describió en su espalda el mapa de las calles que recorría frenético mientras gritaba a quien pudiera responderle. Solo el silencio acudió a su llamado.
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